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Otra vuelta de Turchin

Basado en el estudio de la ecología poblacional, el investigador ruso-estadounidense Peter Turchin defiende en su último libro la idea de que los conflictos sociales en la historia se han producido, de buena manera, por la sobreproducción de elites. Estados Unidos estaría en esa coyuntura y, sin ir más lejos, Chile también.

  • 8 enero, 2024
  • 14 mins de lectura

Peter Turchin en 2020

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    Peter Turchin es un autor poco convencional. Profesor emérito de la Universidad de Connecticut, investigador asociado de la Universidad de Oxford y director del Complexity Science Hub en Viena, se presenta a sí mismo como un “científico de la complejidad”. Nació en la antigua Unión Soviética en 1957, en Obninsk, una ciudad fundada apenas once años antes y orientada al desarrollo científico, en la que desde 1954 operó la primera central nuclear que produjo energía eléctrica. El padre de Peter, el físico Valentin Turchin (1931-2010), trabajó en el Instituto de Física y Energía de Obninsk hasta 1964, cuando se trasladó a un instituto de matemáticas aplicadas en Moscú, donde desarrolló sus teorías cibernéticas y computacionales. Su libro The Phenomenon of Science: a Cybernetic Approach to Human Evolution —escrito originalmente en 1970, pero publicado recién siete años más tarde y en traducción al inglés1— es un esfuerzo por desarrollar una teoría comprensiva de la evolución cósmica, vista como una sucesión de nuevos niveles de control cibernético. Una de sus tesis centrales es que las agrupaciones humanas poseen características distintas a los individuos que las componen, y que por lo tanto su evolución debe ser estudiada por separado. Que Valentin se uniera a las protestas en contra de la persecución de disidentes soviéticos en 1968 coartó sus posibilidades de publicar en ruso, y su panfleto opuesto al régimen, La inercia del miedo, circuló clandestinamente. Luego, en 1973, además de fundar el capítulo soviético de Amnistía Internacional en Moscú, defendió públicamente al destacado físico y pacifista Andréi Sájarov, una especie de Oppenheimer ruso (Josephson 2023) que en 1975 ganó el Premio Nobel de la Paz. Esto le valió a Turchin (padre) la censura de todos sus escritos, la pérdida de sus puestos como investigador, y finalmente tener que huir de la URSS en 1977 junto a su familia, incluyendo a Peter, que para ese entonces llevaba dos años estudiando biología en la Universidad Estatal de Moscú.

    Los Turchin se instalaron en Estados Unidos, donde Valentin encontró trabajo en 1979 en la City University of New York (CUNY). Peter, en tanto, terminó su pregrado en biología en 1980 en la NYU, y luego estudió un doctorado en Zoología en Duke, el cual terminó en 1985 con una tesis sobre el comportamiento de cierto tipo de escarabajos en la línea de la ecología de las poblaciones.

    A partir de sus avances en ecología poblacional, Peter continuó luego la preocupación de su padre por los fenómenos evolutivos que afectan a los grupos humanos en tanto tales. Esto lo llevó al desarrollo, junto a otros científicos, de la “cliodinámica”, una nueva ciencia de la historia (que deriva su nombre de Clío, la musa griega de los historiadores), dedicada a la modelación matemática de fenómenos históricos con el objetivo de descubrir patrones y continuidades que permitan realizar predicciones respecto a la dirección general de los procesos sociales. En uno de los apéndices del reciente End Times: Elites, Counter-Elites and Path of Political Disintegration (2023), refiriéndose a la genealogía de esta ciencia histórica, Turchin cuida dar una versión sólidamente europea y norteamericana de ella: cita allí a Quetelet, Comte, Crawford (fundador de la Babbage Society dedicada a la “cliología”), Asimov (“psicohistoria”), Michael Flynn (un novelista aficionado a la “cliología”) y el físico e historiador contemporáneo Jack Goldstone (“teoría demográfica estructural”). Sin embargo, al tocar el tema de los modelos matemáticos aplicados a la guerra, generalmente atribuidos en Occidente a un trabajo de 1916 del ingeniero inglés Frederick Lanchester, Turchin introduce —acertadamente— una corrección: fue el oficial del ejército ruso Mikhail Osipov el primero en desarrollar ese modelo, en 1915. Luego, la teoría generalmente conocida como “leyes de Lanchester” fue por eso rebautizada como “Osipov-Lanchester”. Esta pequeña ventana, así como la descripción del Golpe de Estado en Chile que se hace en el libro2, dejan ver algo que es persistente en el trabajo de Turchin: un diálogo constante —aunque no siempre evidente— con la esfera cultural y las tradiciones científicas y sociológicas del mundo ruso y soviético. En particular, con el marxismo en clave materialista formulado por Engels (quien afirmó, frente a la tumba de Marx, que “así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza humana, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”3), que tanta influencia tuvo en Rusia.

    Ni los escritos de Marx ni los de Engels son citados en End Times (aunque al primero sí que se le menciona, como veremos más adelante). Pese a eso, todo el argumento desarrollado por Turchin puede y merece ser contrastado con la tradición marxista, y hay ahí un entretenido diálogo oculto.

    Vamos al argumento central. End Times es un libro sobre el colapso de las organizaciones políticas y está dividido en tres partes: la primera explica la “cliodinámica del poder”, centrándose en “la sobreproducción de élites”  —el exceso de aspirantes a cargos de autoridad y prestigio— y los conflictos que ese fenómeno genera; la segunda examina los factores desestabilizadores que llevan a las comunidades políticas hacia el colapso; y la tercera explora los posibles resultados de este tipo de crisis, incluyendo observaciones respecto a cómo podrían ser evitadas o reconducidas. La mirada del libro es histórica y culturalmente amplia. Recorre distintos continentes y épocas, pero su centro de atención está en las sociedades modernas.

    Turchin parte de la base que toda sociedad posee élites: minorías organizadas que actúan como grupos dominantes en distintas esferas del orden colectivo, y que se reproducen a través de ciertas instituciones y renuevan mediante dinámicas que combinan a las élites ya establecidas con los nuevos aspirantes (usando una expresión que le escuché al profesor Alfredo Jocelyn-Holt, son una mezcla “de nuevos ricos y ricos de nuevo”). La legitimidad de las élites depende de que permanezcan lo suficientemente cerradas como para dotarse de un aura de superioridad y deseabilidad, y a la vez lo suficientemente abiertas como para mantener interesados y disciplinados a quienes aspiran a ascender socialmente. Su éxito radica en poder mantenerse lo suficientemente diversas como para captar los mejores talentos que vayan emergiendo en el resto de las clases (aunque, bajo ciertas condiciones, el número de aspirantes excede tan ampliamente los puestos disponibles que este flujo más o menos pacífico tiende a tornarse violento). La sobreproducción de élites es definida por Turchin como un escenario en que “la demanda por posiciones de poder por parte de aspirantes a élite excede ampliamente la oferta de ellas” (2023, 7). En tales escenarios, los aspirantes frustrados pueden terminar conformando una “contraélite”, cuyo fin será no ya la renovación, sino el reemplazo de la élite dominante.

    La escalada desde la sobreproducción de élites a un escenario de conflicto civil depende de una serie de factores. Uno importante entre ellos es la “enmiseración popular”, es decir, la presencia de grandes masas de personas que experimentan su vida como algo miserable, al ser privadas de sus recursos de manera sistemática por una aspiradora de riqueza que funciona a favor de las élites. La frustración rabiosa de estas masas puede ser organizada y dirigida por las contraélites para intentar derrocar a las élites establecidas. Esto lleva a situaciones de alta conflictividad social, incluyendo guerras civiles. Se trata de conflictos que generalmente no se resuelven de forma rápida, sino que se manifiestan en ciclos alternados de desintegración e integración. Una sociedad cuya estructura social se encuentra desestabilizada experimentará explosiones violentas más o menos cada cincuenta años, advierte Turchin (2023, 37-38), aunque los ciclos tienden a hacerse más cortos de acuerdo al grado de enmiseración popular y al volumen de sobreproducción de élites. Si ninguno de estos factores es atajado, los niveles de violencia de las explosiones y de radicalización ideológica irán en aumento, hasta que las condiciones estructurales se vean modificadas por la propia violencia (por ejemplo, mediante la expulsión o la masacre de alguno de los grupos elitarios en disputa, o un enfrentamiento con tantos muertos que resulte en una revaloración de la mano de obra; o ambas cosas).

    Una característica importante de los “tiempos de discordia” es la disolución de un consenso ideológico que pudiera mantener cohesionada a la sociedad detrás de metas comunes. Siguiendo a Goldstone, Turchin identifica tres momentos sucesivos de la evolución ideológica de las crisis: primero, la ideología dominante lucha contra muchas otras ideologías que pretenden reemplazarla; luego, la ideología dominante es derrotada y las ideologías aspirantes luchan entre ellas; y al fin, en una tercera fase de recomposición, una de las ideologías aspirantes logra volverse dominante (2023,96-97). El alza del sectarismo, de la fragmentación ideológica y de la política identitaria serían indicadores propios de los momentos previos a las grandes crisis, junto con el avance de posiciones radicales o extremas. Todos estos pequeños grupos dirigentes desafiantes se disputan, a su vez, la adhesión de la población enmiserada. Las revoluciones, nos advierte Turchin (en contra de Marx), no son realizadas por el proletariado precarizado, sino por contraélites que tienen el entrenamiento y las conexiones para tomar el poder (2023,107).

    En las luchas entre élites, el pueblo es carne de cañón de la historia. ¿Qué otra cosa podría concluir alguien nacido y educado en la Unión Soviética?

    De acuerdo al anterior marco de análisis, muchas sociedades occidentales hoy se encontrarían en el vértice de una crisis social mayor, la que incluso podría terminar en un escenario de guerra civil. Esto sería particularmente claro en el caso de la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos.

    ¿Cómo evitar tal derrotero? Lo primero, según se lee en End Times, es no vendarnos los ojos frente a los hechos de la realidad. En esa línea, el autor llama a reconocer que Estados Unidos no es una democracia, sino que una plutocracia, en la que todos los asuntos en que las élites económicas y otros grupos sociales discrepan son resueltos siempre a favor de las primeras (2023, 130). La contraparte de la plutocracia es un amplio grupo de personas que experimenta su vida como miserable. Turchin los llama “precariado”, un grupo más amplio que el proletariado, que incluye a todos aquellos que conforman una “creciente masa de personas —potencialmente, todos quienes no pertenecemos a la élite atrincherada en su riqueza y desconectada de la sociedad— en una situación tal que solo puede ser descrita como alienada, anómica, ansiosa y tendiente a la rabia” (Standing 2021). Los miembros de esta clase comparten un estatus de extrema precariedad:

    … no ofrece un sentido de carrera ni tampoco uno de una identidad ocupacional estable, mientras que entrega pocos, si es que algunos, derechos frente al Estado o beneficios laborales que varias generaciones de aquellos que se veían a sí mismos como parte del proletariado o el asalariado habían llegado a considerar normales. (Ibid, 24).

    El problema principal de este grupo social, los perdedores frustrados de la meritocracia (Sandel 2021), no es sólo su gran desventaja respecto al grupo dominante, sino la calidad de esa desigualdad, pues la dinámica de la competencia meritocrática, validada por el mercado de credenciales académicas, daña el tejido social y la propia autoestima de las personas que va dejando atrás.

    Revisando la evidencia histórica, Turchin sostiene que la mayoría de estas situaciones sociales ha terminado en escenarios de violencia extrema. Sin embargo, algunos casos no lo han hecho. Y lo que parecen tener en común esos casos es una reversión de la aspiradora de riqueza de las élites y la consolidación de estándares de vida mejores para las masas. Su referencia central es el New Deal de Estados Unidos, base sobre la que se construye el sueño americano de clase media en los años 50 y 60. Con ese ejemplo en mano, Turchin cierra su libro llamando a utilizar todos los medios disponibles para llevar los salarios relativos a niveles de equilibrio que prevengan lo suficiente la radicalización de los miembros de la sociedad.

    End Times es un libro estimulante en muchos sentidos: a nivel teórico, desafía a un diálogo inteligente respecto a la predictibilidad de los fenómenos sociales. Turchin no descarta el poder de la voluntad humana ni cree que todo fenómeno social sea un epifenómeno de alguna determinación material. Su argumento culmina con un llamado a la decisión y la acción colectiva para evitar el peor de los escenarios posibles. Lo que combate el autor es la noción de que la voluntad puede actuar libre de toda constricción material en el mundo. De hecho, parece considerar que esa ilusión es parte de lo que conduce a los grupos humanos a tomar decisiones equivocadas que empeoran su propia situación. Tratar de entender los procesos materiales que nos constriñen, limitando nuestras opciones, es parte de hacernos cargo responsablemente de nuestro destino. De eso se trata la reflexividad sociológica.

    Por supuesto, muchos podrían señalar que las ideas de Turchin no son tan novedosas, o que su modelo es sumamente simple. Es cierto que muchos de los patrones mencionados en End Times han sido previamente señalados por otros autores como relevantes para entender el cambio y los conflictos sociales, y, además, que existen variables importantes que el libro no considera (por ejemplo, las etarias). Pero eso no le resta en ningún sentido valor al libro ni al trabajo de Turchin, que entrando a un terreno tan pantanoso como el de la predicción de fenómenos históricos ha preferido ser más bien conservador en sus procedimientos para tratar de construir sobre roca.

    En cuanto a su utilidad para pensar la actual situación de Chile, me parece que es clara: el libro ayuda, primero, a modelar el problema en el que estamos metidos, que evidentemente incluye una situación de sobreproducción de élites, sobreoferta de certificados académicos, identitarismo que desplaza al mérito, enmiseración masiva de las clases medias producto de la precariedad de su situación vital, y una clara ruptura de los consensos ideológicos de la transición. Luego, nos formula la pregunta respecto al problema de la distribución de las seguridades vitales y la posibilidad de redistribuirlas para alcanzar un orden social de clase media.

    En cuanto a detener la aspiradora de recursos y revertirla, creo que el lector no debería pensar que los únicos a los que esta beneficia son los grandes capitalistas. Un Estado ineficiente, lleno de cargos de confianza, manipulado como botín por el bando ganador y movido por pitutos y compadrazgos es también una aspiradora de recursos que produce miseria. Y, por cierto, las políticas inflacionarias desempeñan ese mismo rol: trasladar valor desde las manos de los trabajadores a las de la clase política que es dueña de la imprenta de billetes. Son fallas tanto de mercado como de Estado las que permiten la explotación.

    En suma, End Times es un libro que ayuda a ordenar la cabeza respecto a cómo pensar el orden social y los desafíos que tenemos por delante. Por eso sus contenidos incomodan por igual a izquierdas y derechas contemporáneas, arrastradas ambas por la lucha de élites, y perdidas en el voluntarismo político. Desde Heródoto y Tucídides que los historiadores intentan advertir respecto de los peligros invisibles que acechan a la humanidad. Pero, hasta ahora, tales advertencias nos entran por una guerra y nos salen por otra.

    Referencias

    Josephson, Paul. 2023. “Sakharov and Oppenheimer: twin triumphs and tragedies”. Engelsberg Ideas Notebooks. 8 de agosto. Ver aquí.

    Sandel, Michael. 2020. La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? Madrid: Debate.

    Standing, Guy. 2011. The Precariat: The new dangerous class. Londres: Bloomsbury.

    Turchin, Peter. 2023. End Times: Elites, Counter-Elites and Path of Political Disintegration. Nueva York: Penguin Press.

    1.

    Impreso por la editorial de la Universidad de Columbia, gracias a la gestión de Loren Graham. Este último es un experto en la historia de la ciencia, con foco sobre su desarrollo en la Unión Soviética (desde 2001 se encuentra en castellano su libro El fantasma del ingeniero ejecutado).

    2.

    Escribe Turchin en la página 188: “El Presidente de Chile Salvador Allende murió bajo una lluvia de balas, rifle de asalto en mano, luchando hasta la muerte contra las tropas del General Pinochet que habían asaltado el palacio presidencial” (traducción de P. Ortúzar). Esta versión combativa del final de Allende es la que circuló en los países de la esfera soviética en 1973, cuando Turchin tenía 16 años y todavía vivía en Moscú junto a su familia.

    3.

    Ver Engels, F. “Discurso ante la tumba de Marx” (1883), en Marxists.org.

    Autor

    • Pablo Ortúzar Madrid

      Pablo Ortúzar Madrid es antropólogo social y magíster en análisis sistémico aplicado a la sociedad (Universidad de Chile). Doctor en teoría política (Oxford University). Investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) y del Centro de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile (CPP-UC).