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Qué feble es la memoria

En agosto de 2022, la historiadora Sol Serrano presentó, junto a Carolina Tohá, La historia oculta de la década socialista, de los periodistas Ascanio Cavallo y Rocío Montes. Este es su texto: una invitación a comprender el pasado en lugar de limitarse a convertirlo sólo en memoria.

  • 28 julio, 2023
  • 12 mins de lectura
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    Son 10 años y 420 páginas.

    Quería seguir sentada en la butaca del tren que recorría velozmente el paisaje de la memoria.

    Qué feble es la memoria y que sólida es la historia.

    Se trata de una historia bien fundada y tan bien narrada sobre un tiempo que nos es contemporáneo; una lectura que reúne fragmentos desordenados, disparados, como esas bolitas de mercurio que rodaban en nuestra infancia cuando los termómetros se quebraban. Reúne en base a un diseño que objetiva exteriormente aquella movilidad de la memoria. Es superlativo como este relato nos permite volver a vivir esos hechos y pensarlos de otra manera. A los lectores futuros les ofrece una entrada amable y a la vez única, porque mucho de lo que está aquí no está en otras fuentes.

    Conocemos el estilo de esta saga de la historia de Chile. Se llamó “Historia oculta” al primer tomo, del 88, sobre el Régimen Militar. Y lo era. Los otros mantuvieron el adjetivo porque es finalmente una saga. Menos oculta esta vez, por cierto. Me inclino por llamarla una historia oral, de testigos y actores que se coteja con la crítica documental. Por ambos motivos es rigurosa y es viva.

    Ascanio Cavallo y Rocío Montes, periodistas ambos y de la vieja escuela. Cuando uno de ellos ganó el Premio Nacional de Periodismo dijo que a sus colegas jóvenes les faltaba “calle”. Me gustó la expresión. Estos sí tienen calle, y harta. Rocío se incorpora por primera vez como co-autora. Cavallo sabe escoger, sin duda. Y Rocío también.

    Cierto aroma cinematográfico impregna el texto. Son 33 episodios. Cada uno envuelve al lector en una tensión y un suspenso que se resuelve, si lo hace, en la última frase. En cada escena se enfrentan personajes. Son actores en el sentido tanto sociológico como dramático.

    Resulta fácil imaginar por qué uno no quiere que el libro termine. Admiro cómo el arduo trabajo de investigación se traduce en un lenguaje ligero, sin esa densidad de la academia, donde se debe debatir con tantos, llenar los pies de página y tener hipótesis para todo.

    Si mi primera reacción fue no querer que terminara, la segunda fue un sentimiento muy vil pero incontrolable: la envidia.

    Hará unos cinco años le propuse a mi amigo Eugenio Tironi que hiciéramos una historia de la Concertación. Él no estaba muy convencido, pero empezamos. Al contrario de Cavallo y Montes, que con justicia sostienen que este libro no tiene tesis, la historia que yo pensaba era una tesis tras otra.

    No me acuerdo por qué, pero desistimos tempranamente. Menos mal. En ese corto intento, todo el peso de la academia se me vino encima, Y que pesa, pesa. De ahí, la envidia que siento: por el leguaje, por poder escribir solos, sin miles de notas y debates y esas hipótesis que van y vienen. Las humanidades y las ciencias sociales se han alejado del público lector por su misma profesionalización. Y la literatura de no ficción ha tenido gran auge. El mérito de este libro, al contrario de otros en el género, es su honestidad intelectual expresada en su rigor. Es un rigor que no atosiga, que no busca lucirse. Al contrario, quiere pasar desapercibido. Pero como historiadora que soy, me es palmario que llegar a esta estructura debe haber sido largo y penoso: decidir qué va, pero sobre todo qué no va.

    En corto: envidio que un lector no quiera terminar el libro.

    Me produce pesadumbre que la próxima temporada de esta saga requerirá los mismos años, ojalá menos, que los siete que demoró ésta. Esa década se llamará algo así como la canción de Perales, “Ella y él”: los intercambio de la tricolor.

    La década socialista podría haberse publicado el año 2020 si no hubiera sido por la pandemia. Y por qué no, quizás en septiembre del 2019. Y estaríamos leyendo otro libro, posiblemente. Difícil no leerlo hoy como un entierro en reversa, parafraseando a un historiador alemán respecto del nazismo.

    Hoy nos persigue un presente que no sabemos cuándo comenzó, pero no quisiera ser presa de una sola clave.

    El libro comienza con una frase para el bronce: “El esfuerzo que ambos hicieron para encubrirlas forma parte de sus virtudes políticas”. Se refiere a las diferencias entre Lagos y Bachelet.

    A mi juicio, a pesar de parecer una década de continuidad por ser socialista, en realidad ambos representan dos etapas de la historia de Chile. Una que termina y otra que no tengo claro si alcanzo a nacer. Quién diría que ambos provienen del mismo partido y de la misma coalición. Ambos, hijos del liceo público y de la Universidad de Chile. Los separan 13 años. Lagos se forma en la democracia anterior, y Bachelet, siendo muy joven, en la UP pero más que nada en dictadura. Él era socialista proveniente de la social democracia y ella, de un socialismo ya propiamente marxista. Uno nació para ser presidente y ella no pudo creer que lo era cuando lo fue. Él era el último varón y ella, la primera mujer.

    No seré yo quien construya este paralelo. Sólo quiero decir que en esa década de continuidad socialista termina una cierta continuidad histórica del siglo XX chileno.

    Se derrumba electoralmente la Democracia Cristiana. Las distancias ideológicas se manifiestan dentro de la Concertación y también en sus partidos. Aparecen las primeras movilizaciones sociales, de carácter estudiantil, que ponen en aprietos ideológicos y estratégicos la interpretación que cada sector le daba a sus causas.

    Permítanme hacer una comparación histórica.

    Revueltas estudiantiles y revueltas sociales ha habido muchas en el siglo XX chileno. Menciono solo la de 1957, tan semejante a la del 2019. Empezó con los estudiantes secundarios por el alza de la micro, se les unieron los universitarios, los profesores y terminó con un asalto callejero en las principales ciudades del país por varios días. Hubo participación de los partidos de izquierda, especialmente del Partido Comunista, pero se les fue de las manos tempranamente. Para muchos, entre los que me incluyo, esa fecha anticipa el quiebre de la sociedad chilena. En los años siguientes hay un momento de optimismo desarrollista durante Frei Montalva, pero las fracturas ideológicas se hicieron pronto más profundas. Todos sabemos cómo terminó aquella historia.

    Sin embargo, el ‘57 no quedó mayormente en la memoria de la izquierda. En cambio, los años 2006, 2011, 2019 fueron muy distintos. Del ‘57 se desentendieron, de los otros quisieron apropiarse. En esta década se encuba otra izquierda, surgen después las izquierdas. No haré una interpretación de aquello. Sólo quiero compartir una reflexión que me puebla, pero de la que no estoy segura.

    Parte de la izquierda y aun de la DC se adaptaron al mundo post Guerra Fría, pero no resistieron el derrumbe de su utopía. En los años setenta y ochenta la renovación socialista significó una transformación ideológica sustantiva –y no solo instrumental– sobre el valor de la democracia. Esa izquierda hizo suya un ideario que no había sido parte de su discurso: los derechos humanos universales. En la DC, algo que hemos estudiado poco, hubo un cambio más tenue, pero cambio al fin, hacia una apertura al liberalismo que el comunitarismo repudiaba. Esos cambios permearon a sectores de los partidos, pero quizá no tanto a las culturas políticas de cada cual.

    El debate, tratado muy bien en este libro, entre los autocomplacientes y los autoflagelantes a fines de los noventa, fue algo así como una introducción. La tesis del malestar entró en campo fértil para muchos. Ahora era la sociedad la que avalaba una crítica hacia esta renovación y no solo aquellos mirados como nostálgicos. Estos eran más que los que se creía en el cambio de milenio y me atrevo a aventurar que traspasaron su crítica a la restauración democrática como memoria viva a sus hijos.

    En la década socialista hubo una crisis ideológica y política transversal de los partidos de la Concertación, que la coalición no enfrentó. Se expresó de una forma suicida: renegar lo hecho. En el intertanto, ideológicamente estaban pasando muchas cosas en las universidades, a las cuales la Concertación miró como política pública pero no como agente cultural. Las ideas y las artes se dejaron en manos de la izquierda entonces llamada extraparlamentaria. La Concertación perdió la batalla cultural porque nunca la dio.

    Para alguna parte de la izquierda, el fin de la Guerra Fría no fue el fin de los comunismos reales cuanto la usurpación de una utopía.

    La DC se quedó inmóvil.

    La Concertación tenía dificultades para renovarse. Reclutó en base al aparato estatal, pero muy poco en la sociedad civil. Y mostró unos primeros síntomas de corrupción que la despojaron del aura moral de la que gozaba. La historia oculta de la década socialista muestra algo de las radiografías que finalmente la llevarían a la sala de operaciones y a su muerte. Una tarea intelectual del periodo fue acuñar el termino ciudadanía, que no había estado mayormente en el lenguaje político desde el siglo XIX. De las muchas formas de definir ciudadanía, nunca se aclaró, hasta hoy, a cuál se refería cada actor. Sólo se transformó en un término mágico de algo nuevo. Si bien creo que fue la teoría política y la filosofía del derecho las que teorizaron, sería interesante pesquisarlo. En cualquier caso, la política estuvo ajena a ese cambio de lenguaje y lo abrazó desaprensivamente.

    En estas décadas se confrontan el tiempo de ciertas continuidades con la velocidad casi inasimilable del cambio. Pues bien, no son pocos los teóricos que definen la modernidad tardía por esa velocidad.

    La velocidad de esta modernidad tardía es distinta en distintas experiencias históricas. Quiero sólo sugerir que en las nuestras, las velocidades no se aceleran linealmente sino a saltos intermitentes. La tesis de que la revuelta social de octubre de 2019 tiene su origen en la perpetuación de las relaciones jerárquicas, tanto como la tesis de que el descontento es fruto de una modernización que quedó a mitad de camino omiten, creo, la variable de la velocidad en las distintas esferas de las relaciones sociales. La velocidad del cambio se da sobre sustratos culturales diversos, que producen nuevas realidades que no siempre están incorporadas en la teoría social.

    Piñera es 38 años mayor que el presidente Boric. Cuidado. Más inédito que la edad del actual presidente –antiguamente los jóvenes eran adultos a una edad muy temprana– es que ningún presidente en la historia de Chile, y podríamos quizá incluir a los gobernadores coloniales, ha tenido esta diferencia de edad con su antecesor.

    En fin, no es el tiempo cronológico el que este libro interpela. Es más bien lo que yo definiría como una crisis de la idea de futuro. La forma en que concebimos el pasado es inseparable de nuestra visión de futuro y del sentido del tiempo. El tiempo moderno, sabemos, es el del futuro. Y por ello concibe el pasado como una etapa a superar en el largo transcurso de la historia hacia adelante. La historia era el desenvolvimiento de la razón, era el progreso sobre el dominio total de la naturaleza, era la sociedad sin clases. Ninguno de esos futuros hoy nos convence.

    En esta crisis, muy amplia del tiempo moderno, el pasado se vuelve memoria más que historia. Para la generación que emerge luego de la década socialista, el pasado como historia es lo que hay enterrar. Son el futuro total. Parte de la Convención Constituyente lo mostró de manera performativa y en estado puro. La historia parecía no existir ni siquiera como realidad factual.

    Pero estamos todos en una cierta nebulosa del futuro. No se trata de nihilismo. Se trata, creo, de que nuestra voluntad de construirlo no puede seguir siendo una certeza de poseerlo. Entonces el pasado deja de ser un tiempo que hay que execrar, sino un tiempo que necesitamos comprender.

    Ese es el sentido expreso que los autores dan a este libro. Comprendernos.

    Posiblemente a estas alturas mis tan queridos amigos Rocío y Ascanio ya estarán arrepentidos de pedirme que presentara su libro hoy. Puras tesis de dudosa calidad, cuando este relato magnífico quiso ser todo lo contrario. Sus autores aspiran a que este texto nos ayude a comprendernos mejor, no a indicarnos cuál debe ser ese futuro.

    Lo que ellos nos ofrecen es el coraje del rigor, de la honestidad y de la libertad intelectual.

    Autor

    • Sol Serrano

      Sol Serrano es profesora titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Premio Nacional de Historia en 2018. Su último libro publicado es El liceo. Relato, memoria y política (Taurus, 2022).